Y sobre todo para los de mi generación. No sé si nuestros padres y nuestros mayores se darán cuenta, pero aquellos que nacimos a partir del año 80 nos tenemos que conformar con el recuerdo y el legado de viejas glorias. La producción de música es frenética y afortunadamente infinita, no digo que no tengamos grandes bandas o solistas hoy en día. Pero aun así puede que Michael Jackson haya sido el último mito viviente coetáneo. Nacimos sin Elvis, sin Jonh Lennon, o Janis Joplin, y apenas "compartimos" algo de tiempo con hitos como Freddy Mercury o Kurt Cobain. Quedan todavía grandes artistas pero muchos también se han ido retirando. O peor aún, en parte son despreciados o ignorados. Hace poco conocí a una chica asturiana y a un melómano hispano-británico. Mi amiga la asturiana comentaba en una conversación que hace tiempo un periódico terminó regalando entradas para un concierto de Paul McCartney en Asturias porque no se habían vendido por completo. El melómano explotó " Son ese tipo de cosas las que no entiendo en España. Los Beatles fueron el santo grial del pop ¿cómo es posible que la gente no se mate por ver en directo al que compuso sus canciones?". Y yo pensando "qué remedio, Spain is different".
Volviendo a Michael, que es ahora quien me importa, sólo quería echar una breve mirada nostálgica hacia atrás. Mis padres son jóvenes y apasionados de la música. Es verdad que se han quedado un poco en el pasado y que inexplicablemente del panorama actual musical solo se detienen en esos "temazos" de verano o de disco que anuncian en programas como Gran Hermano. Sin embargo en sus "años mozos" vivieron tiempos grandiosos para la música. Mi padre fue un chico funky de pro, pinchaba en las discotecas más concurridas y aún conserva vinilos de aquella envidiable junventud. Mi madre por su parte vivió el esplendor de la movida madrileña y también le han tirado mucho los 70, el movimiento disco, siempre promovido en su casa por Juli, el hermano mayor. En mi casa hemos rayado hasta la saciedad temas como 'Fly Robin Fly'.
Así vivían ellos la veintena, hasta llegar 1983, año en que mis padres se conocieron y en el que Michael Jackson ya se había consagrado por completo con Thriller. Está claro que como dice mi primo "quien más y quien menos tiene su historia con Michael". En mi caso guardo muchos recuerdos. Durante mis años de adolescencia me pasaba las horas muertas con mi gran amiga Marta viendo discos en El Corte Inglés de Sol, o bailando y escuchando música en el metro cuadrado que era su habitación. Caímos obviamente en las bandas quinceañeras del momento como Backstreet Boys o las Spice Girls, pero eso no nos quitaba tiempo para alucinar con aquellos mitos que correspondían a los más mayores, por ejemplo Michael. Su hermano le había regalado el álbum 'History', escuchábamos 'Black or White' una y otra vez. Y ya prendada por el talento de MJ también me aficioné muchísimo al video de 'Ghosts' cuando entró en mi casa. Que por cierto, parece que ha pasado mucho más desapercibido y a mí me parece increíble, por la historia, la coreografía, la interpretación, los efectos especiales...una obra maestra más en su carrera.
Era entonces la época de 'Blood on the dance floor', el año 1997, cuando volvía corriendo del cole a casa para llegar a tiempo al programa de videoclips de los 40 Principales. Durante semanas estuve viendo el baile de Michal con Susie en el televisor.
A la vez seguía descubriendo temas y videos más antiguos, comprendiendo la grandeza del dios viviente. Un artista capaz de hacer vibrar a una niña de 12 años de la misma manera que a muchos adultos. La banda sonora de muchas historias en vida.